Por Julio César Paredes Ruiz
La historia mundial a menudo nos demuestra los niveles de efectividad y óptimos resultados cuando se conforman alianzas entre pueblos, con finalidades de sobrevivencia a través de la fortaleza de la unión. En el caso del arte, las alianzas pueden ser valiosísimos instrumentos para forjar y emitir mensajes y contenidos de obras artísticas diversas y, como producto de dicha unión, con mucha riqueza y variedad cultural.
El nacimiento en Bolivia de una Sociedad de Autores y Compositores, allá por 1941, fue en su principio, como en muchas otras sociedades latinoamericanas, el resultado de una lucha conformada por la unión de varios creadores para obtener un reconocimiento justo a través de una remuneración justa por el uso y difusión de sus creaciones por entidades públicas y privadas de su país. Pero esa unión conseguida por la necesidad, pese a los éxitos alcanzados con muchos y durísimos obstáculos en contra, devino con el tiempo en una unión aún débil, pese a su personería jurídica, para enfrentar a estructuras más poderosas de uso y explotación de las obras musicales, creadas por el mercado nacional e internacional.
Fue entonces que, en 1992, con la creación y promulgación de la Ley 1322 de Derecho de Autor, y su reglamentación posterior aprobada en 1994, conseguida tras arduas etapas de presión y lucha, además de extensas reuniones de trabajo con numerosas autoridades de turno, que la Sociedad Boliviana de Autores y Compositores podía por fin contar con un instrumento legal y técnico más sistemático, moderno y profesional, para poder avanzar y dejar de ser solamente una organización con varios defectos, precarias condiciones y pocas posibilidades de alcanzar sus objetivos.
Pero la historia de las alianzas y las uniones no termina aquí:
El complejo mecanismo de la circulación de obras musicales tanto en forma local y mucho más a nivel internacional, a través de diversas tecnologías cada vez más sofisticadas, motivó a que, tanto la Sociedad Boliviana como las demás sociedades de autores de américa y el mundo, se integren a una gran Confederación de Sociedades cuya larga historia, exitosa formación y grandes resultados, deviene en un mega instrumento técnico jurídico destinado a consolidar antiguas y nuevas conquistas por un justo pago de regalías por el uso comercial de obras musicales.
Y por si fuera poco, de esa fuerte matriz confederativa surgieron y surgen actualmente, otras organizaciones, otras uniones y alianzas, como claro procedimiento acertado y demostrativo que nuestros pueblos creadores, unidos y organizados, pueden defender sus derechos e ir perfeccionando paulatinamente sus estructuras y sistemas de recaudación y distribución.
Pero, quedan aún muchas tareas para adelante: las uniones y alianzas, a través de sus organizaciones, con sus programas de formación, capacitación, fomento y difusión, deberán apoyar y avanzar más hacia sectores culturales creativos clave, hablando en este caso y especialmente de Latinoamérica, insertos especialmente en géneros de raíz tradicional y folklórica, así como nuevas propuestas con interesantes influencias rítmicas y vitales textos que las enriquecen, pero que no consiguen aún ingresar al campo de la difusión internacional pese a su calidad y expresividad notables.
Pero de algo sí estamos seguros: de que estas alianzas de músicos creadores, con el paso seguro de su tiempo, dedicación y desprendimiento, definitivamente, lo conseguirán.